Seguridad
25-09-2023
Héctor Brondo • Redacción

Seguridad por mano propia en una sociedad aterrada

Cada vez más ciudadanos se están organizando en defensa propia. Lo hacen con miedo, en muchos casos –incluso– con un pánico que domina su vida cotidiana.

La inseguridad no es, por cierto, un problema nuevo en la Argentina, como tampoco el miedo. Pero algo se ha acelerado en el último tiempo. El pacto de confianza entre la ciudadanía y el Estado se ha terminado de romper. Hubo una etapa en la que esa desconfianza derivó en una privatización de la seguridad: vecinos y comerciantes contrataron alarmas, vigiladores, sistemas de cámaras y monitoreo. Un sector de la clase media se refugió en barrios privados. Eso ya no alcanza y hoy parece ingresarse en una fase peligrosa: la seguridad por mano propia. Cada vez más gente decide armarse, mientras crece en los barrios el montaje de redes de vigilancia y patrullaje vecinal. En muchos casos, esa vigilancia incluye rondines de vecinos armados con palos, rotaciones para proteger comercios, interrogatorios a supuestos sospechosos, seguimientos fotográficos, grabaciones de vehículos extraños y pegatina de afiches con rostros de presuntos delincuentes. Lo hemos visto por televisión: son cada vez más frecuentes los episodios en los que vecinos atrapan a un ladrón y ejecutan en el acto una condena, desde una paliza hasta humillaciones y vejámenes. Otros matan en defensa propia. Son síntomas de un desquicio social derivado de la ausencia, la corrupción y la ineficacia estatales.

La inseguridad nos ha robado la tranquilidad ciudadana; nos ha arrebatado el sosiego y la calma. Por supuesto, nos ha quitado libertad, espontaneidad y hasta sociabilidad. Hace mucho que nos da miedo que nuestros hijos hablen con desconocidos o que interactúen en el barrio con cierta naturalidad. Esto nos ha convertido en una sociedad asustada y fragmentada. Ahora corremos el riesgo de convertirnos en una sociedad paranoica.

La cuarentena eterna parece haber agudizado este drama social. También ha contribuido la masiva excarcelación de presos (cuyos efectos empiezan a padecerse ahora en muchas barriadas del conurbano). Pero otro componente es el desconcierto que genera la falta de coherencia en el comando de la seguridad pública: una académica y un militar simbolizan los extremos de una estrategia pendular que confunde a la ciudadanía y favorece el descontrol.

Mientras el Ministerio de Seguridad de la Nación apela a la antigua cantinela de negar el aumento de los delitos, echar la culpa a los medios y elaborar teorías academicistas para explicar la violencia, su par bonaerense nos propone a una suerte de Rambo bien entrenado, que exhibe su fuerza física en una rutina de abdominales, hace alarde de virilidad y sale por los descampados en operativos fotogénicos para subir a Twitter. Frente a este burdo espectáculo de la política, las familias viven con el corazón en la boca. Y una madre, la de Facundo Astudillo, espera que el Estado le explique qué pasó con su hijo.

Mientras la política discute una extravagante e inoportuna reforma en la Justicia Federal, hay una sociedad con insomnio: el miedo no la deja dormir

La contradicción entre Rambo y una antropóloga quizá exprese el mareo del Gobierno frente a un problema que lo incomoda. La inseguridad siempre fue una piedra en el zapato del actual oficialismo. Desde las marchas conmovedoras de Blumberg se intentó la política del péndulo: por un lado, algunas leyes duras, la Gendarmería en el conurbano y una retórica oportunista; por el otro, la doctrina zafaroniana, policías desarmados fuera de servicio y garantismo militante. Una mezcolanza híbrida que, por supuesto, agravó el problema.